La nueva no, la otra.

Durante estos meses -¡qué horrible hablar del tiempo así, a montones, como si no fuera nada!- he hecho bastante, y bastante poco, depende de mi ánimo al describirlo. He estado en casa, lo que me ha provocado sentimientos que se encuentran entre sí, pero que luego no encuentran el momento de ser redactados. He dejado cosas de lado, que tampoco es nada nuevo. He salido de fiesta, que tampoco lo es. He ido a Lovaina, la nueva no, la otra.

Palma, mi casa, sigue siendo la de siempre, pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, y claro, las cosas cambian. No puedo pretender irme y esperar que el mundo me espere al volver, esto ya lo sé, pero no me acaba de convencer, y acabo siendo la reina del drama, y me acabo odiando por ello. Pero ya está, ya estoy aquí en la que ahora es mi casa y todo(s) vuelve(n) a estar en su sitio. Fueron días extraños, de estar sin estar, de hacer cosas que no tendría que haber hecho y de haber olvidado de hacer otras que sí que debería haber hecho -Xaviera, no ir a Can Joan de s'Aigo está un poco, un poquitho, feo. Al menos pisaste bastante la Murada-. Sea como sea, ya está, en junio lo haremos mejor. Y, si no, en julio. Es lo bueno de estar constantemente yendo y viniendo, que hacer el reset es más fácil.


* * *


He ido de fiesta. He ido de fiesta a Gante. He ido de fiesta a Gante y todo fue genial. Beber en el tren de camino, tardar en encontrar el sitio al que íbamos -sobre todo, siguiendo nuestro estilo, porque teníamos una idea más o menos clara de nuestro destino, pero ni siquiera recordábamos con exactitud el nombre de la calle, ni pensamos escribirla en ningún momento-. Y sí, y olé fiestas. Y bailar y bailar, y tomar y tomar, una cerveza tras otra... Y así, de un lado a otro, hablando mil lenguas distintas, volví a casa como suele suceder tras una buena salida: volví al tren poco antes de las 6am con una menos en el grupo y me comí un gofre que compré en una máquina y que estaba, como era lógico, bastante malo. Y a casa a dormir, que unas horas después me tocaba trabajar. Pofrexaf. 

Y, bueno, luego vino la semana. Tocaba volver al gimnasio, volver a sentarse delante de los libros, que no necesariamente revierte en estudiar; dar vueltas por Bruselas y disfrutar de una buena terraza -¡aquí también hay primavera!-. Y ha vuelto a pasar otra semana y no me he dado cuenta. Es extraña, la verdad, la relación que tengo aquí con el tiempo. Sí, tengo un horario de trabajo; sí, tengo mini rutinas; pero aún así, tanto me da que sea lunes que domingo que lo que sea. Tanto, que he vivido un viernes, otro más, en el que me he ido a la cama pronto porque sí -también es verdad que me encontraba fatal, pero esto es un secreto-. Y nada, día nuevo, sol, y vuelta a Bruselas con los chicos...

Y de Bruselas a Leuven, la nueva no, la otra. Hacía mucho tiempo que ni me planteaba pasar un día así: hacer bocadillos y partir con las ganas de comer en un parque, pero con la inseguridad que te da el tiempo belga. Objetivo cumplido, cumplidísimo. No pudimos encontrar un lugar mejor donde pasar la tarde. Un parque con bastantes grupos de gente con sus pic-nics, pero uno en concreto con su caja de cervezas -no van de bromas- y su música. Esta ciudad me ha gustado mucho, pero tampoco es difícil que algo me guste en días como hoy. El buen tiempo lo hace todo mucho más fácil.

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