Muevo los pies, siempre.

El pasado septiembre llegué aquí, a un pueblo aún más pequeño que en el que vivo ahora. El pasado septiembre llegué a un sitio del norte, que supuestamente había de serme frío e incierto. Y bueno, incierto sí fue, pero frío para nada, en ningún aspecto. 

Cuando me fuí aquel septiembre me fui con libros, ropa y curiosidad, la propia de quien se decide a investigar un poco acerca de -principalmente- sí misma y otros animales. Me fui teniendo claro que mi casa siempre me esperaría, que tenía una familia a la que volver en caso de que las cosas fueran mal; y en algún día azul llegué a plantearme por un instante tirar de ese hilo que me llevaría de vuelta a casa. Pero no lo hice, incluso me avergüenza reconocer que en algún momento me lo planteé.

Y aquí estoy, casi un embarazo después, todavía en Bélgica, contenta de haber llegado hasta aquí y de las cosas que he descubierto. Contenta de haber conocido lo conocido, de haber visto lo visto,... contenta de haberme quedado y ahora estar más que lista para seguir con esta vida itinerante. 

'¿Cuándo vuelves?', me preguntan. 'En junio', respondo. 'Pero, ¿ya te quedas en Palma?' 'Sí, bueno, a medias, voy a Palma, sí; voy a Suecia, sí; vuelvo a Palma ya para quedarme, al menos durante el verano, que es lo que importa'. Siempre he pensado, al menos desde que empecé la universidad y la gente se empezó a ir que -aunque sé que no es verdad- nuestras vidas son el verano, el resto del año es la espera, el barbecho. Así que sí, vuelvo a Palma para quedarme, aunque luego me vuelva a ir.

Es extraño, sé cert que muero por estar en casa, pero también sé que he estado retrasando lo máximo posible el momento de enfrentarme al momento de asumir que esto ya está, FIN. Ese momento llegó ayer -¡ya es oficial!-, compré el billete de vuelta a casa: ya está, ya tengo fecha, ya no hay dudas. Ya me empiezo a despedir de esta vida que, cuando la miro de reojo, resulta que me gusta, y que me ha gustado mucho.

Por cierto, vuelvo un jueves, a propósito.