Abrahamsberg, Bromma.
Los días pasan y con ellos las semanas, y después los meses y con ellos todo.
Así, muchos días y muchos meses atrás recuerdo estar sentada en aquel sofá de Abrahamsberg donde solía sentarme después de pasear por la ciudad después de clase a la espera de tomarme una cerveza con él. Y recuerdo que en uno de esos momentos hablaba con ella y hablábamos de lo bien que estaría vernos en el norte del norte, que ahí las cosas se ven de otra manera y se viven aún mejor. Y nos reíamos de nosotras y soñábamos despiertas.
También recuerdo sentarnos en nuestra Murada los tres y hablar de irnos, al norte, más al norte, y de encontrarnos. Y seguir riendo y soñando.
También recuerdo tomar una mañana unos cafés en Fibonacci, en Bonaire. Él tomaba un café con leche, al mío le había añadido hielo. Y recuerdo como, como siempre entre risas, él me prohibía seguir pensando en las tardes de Abrahamsberg y seguir adelante. Y así fue, más o menos. Y me fui riendo.
Y llegó agosto. Y las risas y los encuentros en la Murada siguieron, y vino Manel, y ya las cosas no importaban porque todo seguía igual. Estábamos todos y éramos felices. Que ve l'amor, dijeron, pero realmente siempre estuvo allí.
Y llegó septiembre. Los últimos días. Ikea, kanelbullar, mar, els amics y Els amics de les arts. El último desayuno y despedida en el puerto. Aproveché el tiempo para dormir, pensar y hacerme una agenda nueva para dejar atrás el siglo XIX.
Y en mis casas nuevas surgieron nuevos planes y nuevas personas. Y me seguía riendo. Y seguía soñando. Y decía que sí, que iría, que abril era un buen mes, que sería El mes. Y pasaron los días y parecía que nada avanzaba. ¡Qué pesados podéis llegar a ser! Si ya os dije que sí, confiad en mí. Y lo hicieron, y fuimos, y nos encontramos en Suecia. Pero antes también estaban los otros, los que vienen conmigo a ver a Manel, con los que me baño en el mar cada año y con los que también quiero seguir haciéndolo. Y caminamos, y comimos, y bebimos, y nos bañamos es el Mar Cantábrico como los locos a los que no solía entender. Y todo estuvo muy bien. Y nos reímos mucho.
Y llegó el salto, el plan surgido entre risas a muchos kilómetros de distancia. La idea que surgió aquel día en el sofá de Abrahamsberg y en Palma a la vez.
Las cosas esta vez fueron muy diferentes. Los días, semanas y meses pasados entre el sofá y el viaje estaban cargados de historias y ninguno de los de entonces eran ya los mismos, y algunos ya ni siquiera eran. Y me daba cosica. Tenía miedo de que mis propias expectativas se me cayeran encima y me pesaran. Pero no. Pero sí.
Él no va a venir (ella sí). Pero él también respiraba. Y así.
Pero nosotros también respiramos. Y cantamos. Y reímos, mucho. Así que, entre risas y comentarios míos señalando cada punto de Estocolmo como una niña pequeña con un juguete nuevo, nos fuimos a Örebro. Y llegamos siendo ya leyendas entre vikingos por haber llegado como nosotros queríamos.
Y nos perdimos de noche y nos encontramos para desayunar. Y todo fue muy fácil.
* * *
Ahora ya, de vuelta a lo que es mi casa ahora, miro cómo han pasado los días, y las semanas, y los meses. Y miro también los que me quedan aquí, que son pocos. Y todo está bien.
* * *
Que sí, que em va agradar moltíssim estimar-lo[s] ahir,
però també m'agrada molt estimar avui als qui estim avui (en present i en plural).
Comentarios
Publicar un comentario