¡Qué bien!
Se puso a nevar cuando ya faltaba poco para volver a irme.
Se puso a nevar y yo tenía mi segunda taza de té delante,
y él su segunda taza de café.
Se puso a nevar y estábamos tranquilos,
haciendo tiempo,
sin prisas.
Se puso a nevar y yo bebía té, el de siempre, Earl Grey.
Aquél chico, Ahmed, el 2, el de Qatar, me dijo, hace un año, bromeando, que yo solo le era fiel a ese té. Ahora lo recuerdo y es gracioso, y no es verdad. También me dijo, hace menos de un año, sin bromear, que a veces está bien perder la cabeza, y que es triste no hacerlo nunca. Y yo, que lo pierdo todo, siempre había mantenido mi cabeza en mi sitio. Y no era gracioso, y era verdad. Por otro lado, aquél señor de Haifa, en cuyos ojos también se veían generaciones, nos decía que a la vida hay que ponerle passion, que hay que darle color, como cantamos las chicas y yo y la canción que no nos despierta.
Y, así, perdí la cabeza, pero no el avión.
Y, así, me fui al norte, que tan bien me sienta.
Y, así, me puse a pensar en ellas,
y en ellos,
y me puse a recordarlos.
Y volví a darle vueltas a la idea del precio de dar vueltas, de ser independiente y de ser un culo inquieto. Y llegué a pensar que la añoranza a veces se me hace muy cuesta arriba y que igual quiero descansar. Y llegué a pensar que, como dice su postal, la de Saima, daría la vuelta al mundo y no encontraría a nadie como tú, como ellas, como ellos. Y llegué a la conclusión de que solo por haberlas conocido, y a ellos también, valía la pena seguir caminando, encara que et fallin les forces.
Y todo esto no son sino problemas que indican que todo va bien.
Qué bien que en mis pupilas siga entrando luz del sol
Qué bien que en mi cerebro se produzcan intercambios de información
Qué bien que te pusiste en medio.
Qué bien que con mis dedos note frío y tu calor
Qué bien que por mis nervios corran impulsos que me cuentan que estás en mi habitación
Que no te has ido y que te tengo cerca.
No sería lo mismo imaginarte
que poder estudiarte con detalle.
Usaré cada segundo que pase
para poner a prueba nuestras capacidades corporales.
Sólo quedará sin probar un sentido;
el del ridículo por sentirnos libres y vivos.
Y qué genial,
qué astuto,
qué indecente,
qué maravillosamente oportuno.
El soplo de viento
que aún hizo atrevido
tu olor con el mío.
Y qué manera de perder las formas
y qué forma de perder las maneras.
Ya nada importa,
el mundo ya se acaba no quedará nada.
Disfrutemos de la última cena.
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