Garganta profunda.
Hay algo mágico en preparar café por la mañana. Sobre todo en un día nublado. Hay algo mágico en las cafeteras italianas -magia que se pierde si tiras todo el café por la cocina, por cierto- y en su particular ruido.
Yo no suelo beber café, y aquí no suele haber nubes. Pero hay algo especial en hacer todo esto.
Hay algo especial en las mañanas. En las de los lunes todavía más.
También hay algo especial en los viernes. En los que salgo y en los que no. En los que nos vemos y en los que no.
Hay algo especial en todo. Ella lo dice siempre, que todo tiene un lado bonito, o guapo, o atractivo, o cualquier cosa, pero que todo puede tener un lado bueno. Ella tiene muchos lados así y brindamos por eso.
Él también ve magia en cosas pequeñas. En el 14 de la puerta del Guirigall, por ejemplo, que según él podría ser la casa de Asterión, o el infinito, que es como lo llama él. Yo creo que es sólo un número, pero me gusta escuchar sus historias.
Él, otro él, ve magia por todas partes. La ve cuando nos miramos cansados y nos reímos. O cuando me encuentra dándole la razón, será por lo que me cuesta hacerlo. Yo con él la veo siempre. Cuando me ayuda a caminar por las paredes. O cuando me dice que no vuelva atrás. O cuando conduce y yo me dejo llevar.
Otro de ellos, también él, ve la magia, o al menos la busca, y eso es mucho. La busca con su cámara pesada. Y con los vermuts. Y con los cafés. Y con las pomadas.
Yo la busco en las palabras. Pero no siempre me salen.
I el cervell jove repassava les opcions
i tenia els ulls cansats de mirar en tots els racons
però, en mirar-lo, el camí no diu si vas a la glòria o al fracàs.
I sortíem a les nits,
«va, demà ho farem millor»,
mentre el dubte ens observava.
Manel.
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